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jueves, 12 de marzo de 2015

Expediente Edduard Harowl - La Llamada de Cthulhu (Parte 2)

    El detective John y el biólogo Agno llegan a la casa del desaparecido. Atraviesan el umbral de la puerta para entrar en territorio hostil. Una casa dejada que acumula trastos y suciedad a partes iguales en cada mueble. Dentro de aquel caos, el despacho del señor Harowl tenía cierto orden, o más bien, tenía su proceso de acumulación de trastos. Montañas de documentos repartidos por el suelo y la mesa entremezclados con ropa sucia, libros abarrotados en una pequeña estantería y todas las paredes forradas con bocetos. Los dibujos seguían un patrón, era el mismo hombre, visto desde diferentes perspectivas, al borde de un acantilado dejando caer una piedra.
                
    Registraron la habitación a fondo, tal y como ya había hecho la policía la primera vez. Resignados y dispuestos a abandonar la búsqueda trastearon por última vez los cajones del escritorio; uno de estos sin ofrecer mucha resistencia se abrió dejando entre ver un falso fondo. Descubrieron allí el diario del señor Harowl. Agno empezó a devorar las páginas mientras John continuaba con la investigación. Abstraído en la lectura del diario, el rostro del biólogo se descomponía a medida que avanzaban las hojas. La lectura finalizó y el francés lanzó una maldición que captó la atención del detective. “Este pobre diablo ha perdido el juicio. Habla de visitas a lo que él llama La Tierra de los Sueños. También una ciudad llena de gatos que le vigilan y… Dice que ha muerto. Bueno, no él. Su Yo onírico y no sé qué otras sandeces más. Tendré que volver a leer el diario con más tranquilidad. ¡Ah! Por cierto ¿Sabes lo mejor? Falta la última página, supongo que aquí contará el cómo volver a entrar, ya que era su gran angustia. Dice que desde que murió oníricamente no ha podido volver a entrar.” El detective John miró desconcertado al francés, intentando encajar de manera razonable toda aquella información digna de una historia del mismísimo Lovecraft. El detective abrió la boca para hacer una pregunta, pero Agno lo interrimpió añadiendo “Por cierto, tenemos que ir a la biblioteca en busca de un libro escrito por un tal –Agno repasa rápidamente una página del diario- Kuranes”.

    Con la misma intensidad y rapidez con la que habían llegado a la casa del desaparecido se marcharon, con un rumbo claro, encontrar a Julius y proseguir con la investigación.

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