“¡SEÑOR KELSON, ESPERE!” grita el semi-elfo.” Avandra,
diosa de la fortuna, está de su parte y a pesar de la distancia este le escucha
y se detiene. Mientras se gira para comprobar quién lo llama, Álesmir aprovecha
para enterrar la punta de sus orejas (único elemento que delata su mestizaje
feérico) con su cabello. Ya estaba bien de discriminación por ese día.
“¿Quién me llama?” La sorpresa se lee en su cara. “Soy James,
encantado de conocerlo. Perdone que le interrumpa, pero es que ando buscando
información para poder encontrar un tarro hermético de vida y me han
dicho que usted sabría ayudarme.” Una sonrisa acude rápidamente al rostro de
Kelson. “Te han informado bien. Aunque yo concretamente no pueda decirte donde
hallarlo, si conozco a quién lo sabe. Prueba en el puesto de artículos
encantados que hay en el mercado, cerca de la puerta norte, lo regenta un
tíflin, dile que vas de mi parte y te ayudará.” “Muchas gracias, pero aún hay
otra pregunta que deseo hacerle, ¿No sabrá usted nada acerca de una elfa
llamada Tínfale?, al parecer hace poco que abandonó Valle del dragón.” Aunque
Álesmir no guarda muchas esperanzas una pequeña luz se enciende dentro de sí al
ver el rostro de Kelson. Ha reconocido el nombre. “La recuerdo, partió junto a
su familia en una carreta hace un par de meses, hacia Baluarte del Martillo,
pero nunca supe si llegaron a su destino.” Baluarte del Martillo, una
nueva ubicación que reclamaba a Álesmir. Era el momento perfecto para irse,
podía dejar atrás a sus nuevos compañeros, que seguramente no lograrían
encontrarlo, a fin de cuentas ¿qué más le daba a él Orcus y la Reina Cuervo?...
Pero no, algo dentro de él lo retuvo. Ahora tenía unos compañeros y una tarea
que cumplir, aunque fuera junto al antisocial del elfo y los estirados de los
eladrines. Si Tínfale llevaba dos meses fuera, un par de días no iban a cambiar
nada. “Gracias por la información señor Kelson, que pase un buen día.”
respondió y puso rumbo al puesto del tíflin.
Quiarion y Cáralos recorrían el camino hacia la
fortaleza de Adulaida en silencio, no porque carecieran de temas de
conversación o porque encontraran la situación tensa, sino todo lo contrario,
el silencio era su forma de expresar complicidad. Todos los eladrines comparten
algunos rasgos en su personalidad, la mayoría son gráciles y elegantes en las
formas, se muestran recelosos ante otras razas... pero nada define mejor a los
eladrines que el silencio, y es que como mejor se entienden entre ellos es
callados.
Cuando por fin alcanzaron la fortaleza, solicitaron
audiencia con el lord, pero un guardia les informó que se hallaba reunido y no
podía atenderles. “En ese caso – dijo el mago – Muéstranos la biblioteca de la
fortaleza.” Para sorpresa de los eladrines, el guardia les informó que la
fortaleza de Adulaida carece de un biblioteca como tal, pues allí solo se
encuentraba el registro civil, legando las funciones bibliotecarias a la torre
de magos de la ciudad. El señor de la guerra y el mago cruzaron una mirada, para
variar, las palabras sobraban pues ambos sabían que debían hacer “¿Cómo podemos
encontrar la torre?” Preguntó Cáralos. “Es la torre más alta, la que puede verse
desde cualquier parte ciudad.” Les indicó el soldado. Después de agradecerle
las molestias al guardia, Cáralos y Quarin emprenden el camino hacia la torre.
Tras cruzar la ciudad de punta a punta, los eladrines
alcanzarón la torre de magia. En ella, un joven mago los recibió. Sin pensarlo,
Cáralos lo abordó a preguntas acerca de tomos prohibidos. El mago se asustó al
escuchar aquello y se apresuró a indicarles que allí no encontrarían nada de
aquello que buscaban, pues tanto poseerlos como comerciar con ellos era un
crimen. Por suerte para los héroes, el mago no era un gran mentiroso y denota nerviosismos
al responder, los eladrines lo percibieron y sin dudarlo, presionaron al joven hasta que, finalmente, con un gesto de
indecisión, este les pidió que esperaran y se adentró en la torre. Pasado un
rato, un nuevo mago surgió del interior de la titánica construcción. El nuevo
maestro arcano iba ataviado con una rica túnica llena de runas mágicas y
empuñaba un gran bastón. Sin lugar a dudas era uno de los altos responsables de
la torre. A pesar del respeto que una persona así puede imponer, Quarion y
Cáralos no titubearon e insistieron con su pregunta. “Buscamos un tomo prohibido,
¿podemos encontrarlo aquí?”.
El recién llegado repitió las palabras de su antecesor,
con la diferencia pero con una renovada firmeza y convicción. Aun así, los eladrines no se rindieron.
“Somos lo héroes que protegieron la ciudad hace dos días. Esto es por una buena
causa. Un gran mal amenaza y necesitamos ese libro para combatirlo.” Dijeron. Algún
efecto tuvieron que producir esas palabras pues el ilustre personaje se quedó
pensativo y tras sopesarlo en silencio, el mago les condujo a una sala
apartada. Había decidido confiar en ellos, pues sabía que decían la verdad.