Las puertas de
las habitaciones también estaban diferentes. Hice un gesto y Carras cogió uno
de los cuchillos y me siguió. Xoco se quedó en el salón cuidando de Lucía, por
si acaso la herida hacía reacción. Empezamos el registro de las habitaciones.
Lentamente abríamos la puerta y… nada; hasta que llegamos a la última
habitación. Escuchamos algo moverse y nos preparamos por si teníamos que luchar
por sobrevivir. Respiramos hondo y abrimos la puerta. Una bala paso entre
nosotros y con un acto reflejo nos pusimos a cubierto. Escuchamos como alguien
nos amenazaba con matarnos si entrabamos. Empezamos a gritarnos y, poco a poco
nos tranquilizamos, acabamos hablando y logré convencerlo de que me dejara
entrar a mí solo para ver si nos podíamos beneficiar todos de una ayuda mutua.
Al entrar mi sorpresa fue enorme, pues tenía delante de mí a Karlos Arguiñano.
No pude evitar comentarlo en voz alta y aquel extraño se ofuscó y empezó a
soltar maldiciones. Entre grito y grito, lo que pude distinguir fue su enfado,
enfado porque siempre le confundían con él –Al parecer era un hermano suyo, no
tan conocido y que vivía a la sombra del gran cocinero- Aprovechando el
despiste del hombre Carras irrumpió en la habitación y lo redujo; le quitamos
el arma y recogimos su maletín.
Nos reunimos
todos en el salón. Empezamos a fisgonear los documentos del maletín y Xoco
encontró algo muy tentador -“Un proyecto
sobre terrorismo biológico”- En cuestión de segundos todo se desmadró. Yo tenía
el arma en la mano, el extraño se negaba a compartir información, todos
gritaban alterados y… algo me hizo clic
en el cerebro y un único pensamiento cruzó por mí mente –“Valentí y María han
muerto por su culpa”- mi reacción fue encañonar al desconocido y disparar. De
no ser por la rápida reacción de Carras, su muerte pesaría sobre mi conciencia.
Un golpe en mi brazo desvió el disparo. Sólo le acerté en la oreja. El gesto me
costó perder la custodia del arma y tener que sentarme “castigado”. Carras
salió al balcón para tomar aire e intentar darle una nueva perspectiva a la
situación; pero entró tan pálido y alterado que nos temíamos lo peor, y sus
palabras confirmaron el temor –Hay una horda de zombis entrando en el edificio-
No tardamos en escuchar los ruidos por las escaleras, recogimos todo cuanto
pensamos que nos sería útil, nos armamos y discutimos sobre la mejor forma de
escapar. El tiempo se nos echó encima, y algún que otro zombie también, nos
abrimos paso hasta la azotea a golpes y forcejeos. Por la escalera de
emergencia conseguimos llegar a la calle; el coche del falso Arguiñano estaba
aparcado cerca. Subimos y empezamos a huir de la zona. Decidiendo a donde ir,
fuimos embestidos por coches del ejército. Recuerdo verlo borroso todo por
haber perdido las gafas y un fuerte pitido en el oído. Todo ocurrió muy rápido,
nos rodearon, amordazaron y cargaron en los coches.
Desperté no sé cuánto
tiempo después aquí, en la base. Nos reunieron a Xoco, Carras y a mí. Nos
explicaron que habían detenido al hombre que conducía, acusado de terrorismo y
que estaban trabajando en una cura a partir de la sangre de la chica que venía
con nosotros, después de haber sido sometida a una revisión siguiendo el protocolo
nacional de seguridad, ya que la mordedura de su brazo parecía no haber
reaccionado. Mientras nos explicaban todo esto, un hombre con bata entró y dejó
un maletín sobre la mesa. Al abrirlo vimos tres jeringuillas. Nos miramos. El
soldado que nos hablaba desenfundó su pistola, la dejo encima de la mesa y nos
dijo –Chicos. Tenéis dos opciones. Os sometéis voluntariamente a probar la
vacuna o…- la frialdad con la que miró
el arma nos hizo responder con unanimidad. Nos sometimos a la prueba y… bueno. Aquí
estoy. Hablando con usted sargento. El resto de la historia ya la conoce…
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