Reunidos de nuevo,
los cuatro nuevos héroes de Valle del dragón disfrutan de la cena,
aunque no tanto de la compañía de los otros. Mientras que los
eladrines han entablado una vana conversación sobre su mística
tierra natal, el reino de las hadas, Élencor, se ha desplazado, de
tal manera que aunque sigue compartiendo mesa con ellos, quede
patente su animadversión a la compañía de otros seres. Álesmir
por su parte, disfruta de la cena sin mediar palabra.
De pronto, un enano
se sienta de golpe y apoya una jarra en la mesa, derramando parte de
su contenido. “Bienaventurados sean los héroes.” Vocifera. Todos
le observan sobresaltados, sin acabar de comprender su presencia. El
semi-elfo, de pronto, responde al recién llegado en enano. “Habrase
visto, un orejas puntas hablando enano.” Exclama en su lengua. A
pesar de la sorpresa, los otros comienzan a hacer preguntas. Cáralos
no tarda en exponer lo que ha descubierto acerca de la firma. El
enano no sabe sobre ella, el único mago del que él ha oído hablar
era el mago de la fortaleza, Zacarus, quien desapareció
misteriosamente en el bosque años atrás, llevándose consigo todas
sus pertenencias mágicas y sus libros. Antes de darlo todo por
perdido, Álesmir pregunta si conoce a aquel que firma la carta, un
tal Doppelgänger,”No se que es un Doppelgänger.” Responde este.
Aun habiendo
hablado en enano, los demás héroes entienden sin dificultad alguna
aquel nombre que sin duda también aparece en sus cartas. Es ahora,
para sorpresa de todos, el elfo quién toma la palabra. “Yo también
busco a ese tipo. He estado investigando y he descubierto algo sobre
una taberna en los bajos fondos. Creo que deberíamos ir todos.”
“Vaya, ahora resulta que sí estabas investigando cuando nos hemos
encontrado antes.” Responde el semi-elfo, visiblemente mosqueado.
“Pues sí, y voy a necesitar ayuda, aunque preferiría que no fuera
de un sucio semi-elfo como tú.” El mago no tarda en poner paz e
intentar organizar el grupo, pues cree que pueden trabajar bien en
equipo. Tal vez hasta sea verdad.
Una vez en la
posada, el elfo no tarda en localizar al encapuchado que se sienta en
una mesa del fondo. Sin sopesarlo, da un paso rápido, con claras
intenciones de abalanzarse sobre él. Rápidamente, el semi- elfo y
el mago lo paran. “¿A dónde diablos vas, no puedes hacer esto en
un lugar así, espera aquí, vamos a obtener algo de información
antes.” Dicho esto, Álesmir se dirige a la barra, coloca una
moneda boca abajo y con un ligero movimiento de cabeza señala al
encapuchado. “¿Qué puedes decirme de él?” El posadero, un
tíflin, lo mira de arriba abajo. Por su expresión deja claro no
solo que no va a hablar, si no que aquello le resulta gracioso. Una
pequeña carcajada confirma la duda. “Lo siento chico, pero no sé
nada de él.” Con un gesto, le muestra un cuchillo oculto en la
correa de la mochila que cruza en su pecho. “Se ven muchos de esos
por aquí” responde este, sin lugar a dudas la intimidación no
funciona. De pronto, el mago aparece. “Dinos lo que sabes, tenemos
fuera un ejército, así que ya sabes lo que te conviene.” Un sutil
movimiento de su mano y se escucha el sonido de cascos de caballos y
golpes de armaduras fuera de la posada. Desgraciadamente, no lo
suficientemente sutil. El tíflin, curtido en engaños, lo nota y
consciente de que es un mero truco, vuelve a soltar una carcajada.
“Claro, un ejército.” Espeta burlón.
Justo cuando las
cosas no podían ir peor, aparece el otro eladrín, que sin
pensárselo, muestra parte del filo de su espada al posadero. “¿Ves
mi espada?” pregunta amenazante “¿Sí? Yo también tengo una.”
Responde desenvainando la suya, mostrándola a los tres aventureros.
“Ya está bien de tonterías.” Dice el semi-elfo, poniendo otra
moneda sobre la mesa. De nuevo, otra risa burlona. ¿Es que nada
funciona con este hombre? “Chicos, de normal no haría esto, pero
me habéis caído bien. ¡SOMBRA! Preguntan por ti.